DOMINGO XIX ORDINARIO A: JESÚS CAMINA SOBRE LAS AGUAS



Por. Pbro. Lic. Roberto Luján Uranga

En la primera lectura el profeta Elías encuentra a Dios no en la tormenta ni el terremoto sino en una suave brisa, que simboliza el aliento del Espíritu que refresca nuestras almas y que nos hace conocer la paz de Dios que experimentan aquellos que viven en su amistad. En el Evangelio, después de la multiplicación de los panes, Jesús se retira a orar y los discípulos suben a la barca.

Una gran tormenta los amenaza y Jesús, que como Dios lo puede todo, se va caminando sobre las aguas para dar ánimo a sus discípulos, pero en medio de la noche ellos no lo reconocen y creen que es un fantasma, pero Jesús los llama a la paz: “No tengan miedo, soy Yo”, que es un saludo parecido a los de Cristo resucitado, siempre aparece en medio de sus discípulos invitándolos a la paz: “La paz esté con ustedes”.

Pedro pide una señal y le pide a Jesús que lo mande ir a él, caminando sobre las aguas y Jesús le dice: “Ven”. En un momento de valentía, Pedro se baja de la barca y empieza a caminar sobre las aguas, como Jesús, porque para el que cree, nada hay imposible pero luego se ve zarandeado por los vientos y la lluvia y empieza a tener miedo y a hundirse. Flaquea por los elementos exteriores como el huracán pero también por sus miedos interiores y grita al Señor; “Sálvame” Jesús le extiende la mano, lo saca del agua, le reprocha su poca fe y sube con Él en la barca, provocando la admiración pero sobre todo la fe de los discípulos: “Verdaderamente Tú eres el Hijo de Dios”, que es el núcleo de la fe de la Iglesia primitiva y de todos los tiempos.

Para aplicarlo a nuestra vida podemos pensar en todos los vientos, huracanes y tormentas que a veces amenazan con voltear nuestra barca, destruir nuestra fe, estropear nuestra vida. Jesús viene hacia nosotros y con nosotros aunque a veces no lo reconozcamos, tan oscura es a veces la noche de la fe, porque precisamente la fe se da en la oscuridad, no en la claridad, hay que confiar en Jesús pese a toda adversidad. A veces tenemos arranques de valentía como Pedro y emprendemos obras en nombre de Jesús, o recibimos con fe el sacramento de la Confirmación, del Matrimonio, de la Sagrada Ordenación, pero luego las vicisitudes de la vida, las tentaciones, los miedos interiores, nos hacen dudar de la voz de Dios y nos preguntamos ¿realmente Dios quiere esto, está conmigo en estos momentos de prueba y desesperación?

Y en lugar de dejarnos hundir, debemos alzar nuestros ojos a Jesús como Pedro y decirle SÁLVANOS, porque realmente Jesús es el único que puede salvarnos de una tormenta física o moral, de un derrumbe material o espiritual, de los ataques espirituales que sufre nuestra fe. No hay otro nombre por el que podamos ser salvados sino por el nombre de Jesús, y Él extiende su mano amorosa y solidaria a todos aquellos que le necesitamos y le pedimos su gracia, a veces con gritos desesperados pero siempre confiando que es Jesús quien nos puede salvar, como a Pedro. Sólo hay que tener fe en la persona de Jesús, saber que nos ama y quiere lo mejor para nosotros. Y viendo sus maravillas y la forma como salva nuestra vida, nuestra familia, nuestra Iglesia, de todo ataque físico, moral y espiritual, podremos exclamar llenos de fe, amor y admiración: “Verdaderamente Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios”.

 

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