Ante las afirmaciones de muchos «El Mal si Existe»

Cómo-hacer-separación-bienes.jpg2_“El mal no existe.” “El pecado no existe.” Afirmaciones como estas las escucho constantemente en labios de personas de diferentes grupos socioculturales, tanto de jóvenes como adultos.

El episodio de Jesús en el desierto y las tentaciones que sufrió nos ayudan a recordar lo que tantas veces ya hemos escuchado pero olvidamos a menudo: que el mejor engaño que nos puede hacer el diablo, es hacernos creer que él no existe.

Cuanto se alegraron los necios cuando escucharon al Papa Juan Pablo II decir que el infierno no existía (1). Pero claramente sacándolo de su contexto. Y ahora algunos se han escandalizado por las palabras de Benedicto XVI cuando dijo recientemente que el infierno sí existe (2). El Salmo 14 lee: “Dice el necio para sí: ‘no hay Dios’”. Hoy el necio dice: quizás hay un dios, pero por cierto no hay diablo.

Como les decía, he escuchado (y sólo escuchado porque no he sabido en el momento enfrentar tanta necedad) algunos decir que no hay pecado, lo que existe son experiencias, quizás errores, pero de ninguna manera existe el pecado, o la maldad… Y por lo tanto no existen tampoco tentaciones, lo que hay son quizás decisiones, oportunidades, etc., pero no tentaciones… Se defienden diciendo que toda experiencia es una ocasión para crecer, el crecimiento es siempre bueno y por tanto, toda experiencia es siempre positiva y no se le puede poner una carga moral.

Vayamos mejor a nuestro texto. Dice que: “Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo” (Mt 4,1). Es extraño pensar que el Espíritu llevó a Jesús para ser tentado. ¿Cómo es posible que Dios ocasione la tentación? ¿Qué tipo de Dios es éste? Es interesante destacar que en la Biblia el concepto de tentación puede significar tanto seducir como también poner a prueba. Que quiere decir esto, que Dios permite la tentación, incluso quizás a veces la provoca, no para ponernos a prueba para ver hasta donde aguantamos sino en el sentido de que nosotros descubramos quienes somos realmente y descubrir no tanto nuestras habilidades sino nuestra disposición interna. Y recordemos que Dios no permitirá que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas (cf. 1 Cor 10,13). Pero al mismo tiempo, en el momento de la tentación, el diablo se aprovecha para seducir al pecado, es decir, renegar de Dios.

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